En días pasados, vi por Netflix el nuevo programa de entrevistas de David Letterman (My next guest needs no introduction), quien vuelve al ruedo con un especial de seis diálogos televisados con personajes famosos, tras su retiro en el 2015 de The Late Show, de CBS.

Volvió con una estupenda entrevista a Barack Obama, en la que el expresidente hace importantes reflexiones sobre diversos tópicos, uno de los cuales me llamó poderosamente la atención debido a las nefastas consecuencias que está teniendo su mal uso: las redes sociales.

Dice Obama, que tenía un sentimiento muy optimista sobre las redes sociales, pero que estas se extraviaron, dado la forma como se puede manipular a través de ellas. Para él, informarse solo a través de redes sociales es vivir en una burbuja, y relata un interesante experimento que se hizo en Egipto durante la ‘primavera árabe’.

En la Plaza Tahrir le pidieron a un liberal, un conservador y un moderado que buscaran ‘Egipto’ en Google. Al conservador le arrojó resultados sobre los Hermanos Musulmanes, al liberal sobre la Plaza Tahrir y al moderado de vacaciones en el Nilo. Recibieron datos en función de sus prejuicios políticos. Cualquier parecido con lo que está viviendo Colombia no es casualidad, pues se trata de un problema global, como demuestra que las Fake News fue uno de los puntos de la agenda de discusión del FEM en Davos.

En Colombia, una de las problemáticas más profundas que se presentó en el 2017, y que seguramente continuará en este año electoral, fue la constante lucha para evitar que las falsas ‘realidades’ que muchos sectores intentan construir en redes sociales, se entronicen como la lectura verdadera de la realidad nacional. Un fenómeno que tiene caldo de cultivo en la polarización del país, que ocasiona que muchos crean lo que leen en redes, así sea exagerado, o prefieren creerlo sin contrastar con otras fuentes, porque así están más ‘cómodos’. Y es que el daño que los ‘manipuladores’ de las redes sociales hacen con la propagación de falsas realidades no es poco. Un ejemplo es la afectación que se generó en el ánimo y la confianza de los colombianos el año pasado, sobre todo en el tema económico. Sin perjuicio de reconocer los efectos por la ralentización del crecimiento, debido a la crisis de los hidrocarburos, además del impacto de la reforma tributaria, el negativismo fue el pan de cada día.

En contraste, saltan a la realidad hechos que demuestran ese otro ánimo, que describe mejor a los colombianos: en el 2017 la creación de nuevas empresas en el país creció 7,3 por ciento, llegando a 323.265 nuevas unidades productivas que están invirtiendo, ofreciendo nuevos productos o servicios y generando empleo. Asimismo, se cerraron o liquidaron 22,6 por ciento menos empresas que en el 2016.

Las redes deberían encauzarse, por su inmediatez y acceso democrático, a construir bienestar colectivo o resolver problemas sociales gracias a las ideas novedosas que genera la participación de muchos, encontrando inspiración en la solidaridad, el sentido humano y el bien común. Para que esto pueda ocurrir se requiere una receta antigua y recurrente, pero que no por ello deja de ser fundamental: educación.