No cabe duda de que este ha sido uno de los años más retadores para Colombia. Las dificultades de la desaceleración por la caída de los precios del petróleo, sus efectos en la capacidad del gasto público, la polarización que impone miedo y paraliza la inversión y el consumo, y las dimensiones que ha adquirido la corrupción, son grandes preocupaciones.

Este estado de cosas ha afectado el ánimo colectivo y, a los empresarios los ha llevado a aplazar decisiones de inversión a la expectativa de mejores vientos. Y si bien hay señales de que las cosas están mejorando en el segundo semestre, aún existe incertidumbre y cautela. Los retos que tenemos como sociedad son de gran calado. De un lado, se requiere mayor celeridad en la ejecución pública y privada para irrigar a la economía recursos fundamentales que ‘empujen’ la industria, el empleo y el consumo.

Del otro, nunca como ahora se requiere que le ganemos la batalla a la corrupción para construir confianza, que permita sacar adelante nuestros más altos proyectos colectivos como nación. Se trata de un mal enquistado en nuestra sociedad con efectos profundos en la confianza y la estabilidad de las instituciones. Pero no debemos llamarnos a equívocos: Colombia ha superado por décadas retos profundos y este no le puede ni le va a quedar grande. Son mayoría los colombianos de bien, que enfrentan su tarea diaria con base en el respeto por las normas, que condenan la cultura del atajo y a quienes quieren surgir pública, social y económicamente a través de la ilegalidad.

Ante los hechos, lo peor es cruzarse de brazos. Se requiere el aporte de todos para concertar iniciativas creativas que ayuden a mejorar los indicadores de crecimiento y el bienestar de la población. No podremos conseguir resultados diferentes haciendo lo mismo. Es necesario pensar con mayor audacia para superar los obstáculos. Ser simples espectadores de nuestro presente y, por consiguiente, pasivos en la construcción de nuestro futuro nos pasará la factura tarde o temprano.

La tarea es ser protagonista de los cambios que requiere Colombia. Sin duda, atravesamos dificultades en varios campos, pero si nos convertimos en propagadores del desastre, ese es el resultado que vamos a obtener. Pasamos por un momento trascendental, en el cual es necesario que, desde todos los sectores, hagamos un pacto para poner al país por encima de todo: de colores o gustos políticos, de corrientes de desarrollo disímiles o de intereses electorales o particulares.

Y lograr trabajar colectivamente en aquellos temas en los que se requieren esfuerzos de fondo: la lucha contra la corrupción, formalización empresarial, los deberes cívicos, en los cuales el respeto por el otro es el principal pilar, y otros tan cotidianos como honrar las obligaciones y profundizar en la cultura del cumplimiento de la ley y la puntualidad.

Y así pasar de la indignación a la acción. Si rechazamos desde nuestra cotidianidad toda conducta que implique ventajismo, que sea anti-ética, ilegal o injusta, le estaremos haciendo un gran aporte al país, porque estaremos enseñando a nuestros hijos y nietos formas correctas de actuar a través del ejemplo.

Si hacemos de la solidaridad, la ética y el interés por el bienestar colectivo nuestro signo, no cabe duda de que vendrán tiempos mejores para Colombia.