Participé esta semana en el evento Sinergia Empresarial, realizado en México, un espacio que reunió a más de 250 representantes de las principales organizaciones que forman parte de la Asociación Iberoamericana de Cámaras de Comercio, Industria y Servicios (AICO), de la que hacen parte 23 países de América Latina, el Caribe, la Península Ibérica y las comunidades hispanas de los Estados Unidos de América.

El entorno empresarial de los países que integramos esta potente red, como suele ocurrir en otros lugares del mundo, está en constante evolución, pero siempre en búsqueda de acciones que contribuyan a alcanzar una mayor productividad y competitividad, lo que redunda en el progreso y desarrollo de cada una de las naciones.

Un desafío muy importante, sobre todo cuando, en el caso de Latinoamérica, el PIB solo crecería 1,6% este año y se requieren planes que permitan corregir los desequilibrios fiscales, recuperar el poder adquisitivo y recobrar los avances logrados en reducción de la pobreza de la década anterior, según señala el Banco Mundial. En una frase: profundizar en la construcción de confianza.

Una importante oportunidad es impulsar una mayor integración de Iberoamérica, que genera hoy el 8% del PIB mundial, participación que ha venido disminuyendo a lo largo de los últimos 20 años, mientras que China viene creciendo.

Una vía para hacerlo es a través de consolidar estrategias articulación productiva. Un ejemplo es la Red Cluster Colombia, coordinada por Confecámaras, que apoya el fortalecimiento de 161 iniciativas cluster, buena parte de ellas lideradas por las Cámaras de Comercio, que promueven la competitividad en sectores estratégicos como servicios, agroindustria y manufactura, con más de 360 mil empresas de todos los tamaños que se fortalecen a través de la generación de negocios, compartir buenas prácticas e información.

También es clave armonizar regulaciones, eliminar barreras no arancelarias y fomentar la inversión extranjera directa en sectores estratégicos, como tecnología, energía, infraestructura y turismo, a través de fortalecer políticas y programas.

Es claro que uno de los principales enemigos de la competitividad es ser un país cerrado, entendiéndolo como la aversión atávica a exponerse a la competencia externa, pese a que es quizá la mejor manera de innovar, ser más eficientes y ampliar los mercados.

 

Julián Domínguez Rivera